El beso de los erizos
Orlando Planchart, publicado en enero 2009
Reseña literaria realizada por la Profesora Adelaida Vidot

Cada vez que se publica un libro, es una celebración, una
celebración a la palabra, ese producto sofisticado de nuestra humanidad
comunicativa: ese poder decir…
Cada vez que se publica un libro de poemas es, más que una
celebración a la palabra, un rendirse ante ella, un claudicar frente a esa
otra necesidad humana de querer capturar aquello que no pertenece en
exclusivo al latido ni a la neurona, pero necesita de ambos para recrear
algo parecido a lo que se queda agazapado, atrapado, entre la neurona y el
latido: ese querer decir…
El beso de los erizos
contiene una voz vestida de color y palabras, una voz que las
celebra para desentrañar sus signos…Orlando Planchart escribe 27
poemas que, sin abandonar un estilo plasmado ya en sus Alucinaciones
paralelas, inserta, a ese decir erótico y reflexivo, elementos que
proyectan una voz lirica más distanciada del matemático, más cercana al
poeta; una voz menos lúdica, más serena: contemplativa, melancólica,
abrazada a la renuncia, conciliada con lo que otros poetas han llamado el
tiempo, el implacable, el que paso…Una voz un tanto posada o reposada:
lenta, como los besos que recrea; intensa, como la conciencia de su
necesidad: una voz nostálgica en Do mayor(…):
es la nostalgia/ que no tiene catalogo.
Presente el amor, el amor que desviste recuerdos, de
repente tímidos y serenos, de repente atormentadores, como un deseo a la
noche…Presente el amor invocado que no sublima sino que celebra su
materialización corpórea y hace de los lunares, los dedos y su recorrido,
su credo personal; amor que se pasea entre la piel y los misterios. Un
amor que se distrae con el movimiento nervioso de un pie, o el recuento de
las voces de otros versos, o el fútil ejercicio del olvido; amor cuya
ideología descansa junto al cuerpo que se contempla, en reposo…
Presente la mujer: inconfundible voz masculina que se deleita
y se complace en lo femenino, que se desliza y se pierde y necesita y
reclama y se subyuga ante la naturaleza compleja y alucinante del cuerpo de
mujer: olores, matices, textura, caricia, contemplación que suena con
beber suave/ y dulcemente el pecado.
Voz masculina que, adherida al cuerpo, anhela ascender,
refugiado en un beso, hasta el dolor del pensamiento o la locura, la idea
o el silencio de la mujer que se deja amar, arropar, recordar, imaginar; la
mujer que limpia los caminos, que sobrevive entre el ser y el
personaje, que habita como posadura , como vuelo, como hueco ocupado en la
sabana compartida, entre el pecado deseado y el paraíso recuperado (…)
en los espacios/ entreabiertos de un instante…
Presente la naturaleza, el mar: simbología y refugio,
cómplice alegoría del inicio uterino, de la levedad, de la humedad, de la
vida a oscuras moviéndose en silencio, despacio, incesante, misteriosa.;
un mar que parece inocente/ y no lo es, que esconde el musgo y la arena
para que me detenga/ en el punto ambulante…
Las hojas caen en los poemas de Orlando, el tiempo a veces se
dilata, otras se esfuma apenas iniciado. Hojas nerudianas que se
transforman en nostalgias que recrean, como un huracán, el circulo
vicioso de la vida. Es un tiempo onírico, que necesita de la oscuridad
para recuperar la luz. Tiempo inaprensible que, caprichosamente, abre y
cierra puertas que conducen o descaminan historias proyectadas
caleidoscópicamente, surgidas de la nostalgia, que consigo misma se sonríe
y a sí misma se consuela ante el deseo de regresar y la necesidad de
permanecer. Es un tiempo consiente sus fugacidades marcadas en las huellas
de la piel y la memoria, que no puede precisar si el viento o el molino
estimulo la locura o molino y viento se dejaron seducir…Es el tiempo de
desvestirse, de desnudarse hasta sentir con aquel hermano de la caverna que,
fascinado ante la lluvia plasma su huella para desdibujarla, como las
historias de esta voz lirica que se deshace y renace en cada poema, como
reloj de sombra, que no tiene tiempo: y suelta
el ancla, y se anuda con presión a un punto ambulante…
El deseo de regresar, las dudas, la dulce tranquilidad que
surge de la certeza de lo no sido y la satisfacción de lo que sí es, el
juego engañoso del quizás del mañana, la lágrima contenida para no desatar
la imagen retenida detrás de lo mirado, la sonrisa satisfecha del deber a
medio cumplir, el deseo incansado de querer seguir cumpliendo con la otra
mitad de la vida la otra mitad del deber… : estas son las lianas que
hermana un poema del otro en El beso de los erizos, trozos de
vidas que se tocan con el movimiento de quien los recuerda, los plasma con
su palabra, y quien los lee y los graba en su memoria…

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